Te descubrí en Gran Vía, con mi cuerpo luchando contra el frío y la noche besándonos en la boca. La oscuridad jugueteando entre tus labios y mi vientre. Testimonios de una vida almidonada, de mil baldosas rebosantes de caricias y ganas.
Admiré la elegancia de tus gestos camino de Pueblo Nuevo, cuando los chinos intentaban adivinar quiénes erámos si dos enamorados preparando una boda o dos camaradas organizando la revolución, mientras nos servían esos platos que compartimos entre besos y retales de pasión.
Conquisté tu sonrisa en Mar de Cristal, cocinando a fuego lento y paciencia la dicha que navegaba entre tus lindas manos, la que comenzaba a surgir a ritmo de bulerías en los cuencos de mi piel.
Me enamoré de ti en Prosperidad, con el sol pintando de dorado las aceras por las que caminábamos. En Prosperidad, en Ascao, en Quevedo, en Sol, en Sevilla. Y te amé, con mis tres corazones, en San Bernardo, Cuando fuiste uno más en mi felicidad, cuando formaste sin tapujos parte de mi vida y sus riesgos.
Te perdí en Arturo Soria, siempre ese sitio para nuestras despedidas, para verme marchar cabizbajo, para decirte adios y añorar el reflejo de nuestros cuerpos.
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Está realmente bonito.
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