La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Una persiana

Nuestra historia comenzó a través de un cristal.
Yo estudiaba en la cocina una mañana: música y un ordenador.  En mi piso compartido no nos habíamos preocupado de colocar ni cortina ni estor ninguno y yo podía disfrutar de una inmensa luz y, al mismo tiempo, de una vistas increibles de un patio de luces.
De repente miré hacia el frente y te vi, estabas colocando una persiana nueva en  un edificio con el que compartía espacio interior. Tenías el pelo corto y negro, espaldas anchas, barba de un par de días y una capacidad de concentración asombrosa. Durante los diez minutos que estuve clavada en aquella ventana, no levantaste ni una vez la vista para observar tu alrededor y... ¡Menos mal!
Tuve que volver a mis obligaciones: informes y estudios.
Al cabo de un par de horas, me tomé un respiro y bajé a dar una vuelta por el barrio. ¡Cuál fue la sorpresa al ver una furgoneta aparcada en la puerta en la que una cuadrilla metía varias herramientas!
De la parte trasera apareció una voz que lanzó una pregunta al aire: "- ¿Qué música escuchabas?-". Me costó un par de segundos darme cuenta de que esas palabras iban dirigida a mí, de hecho, mientras respondía una sensación profunda de rubor me coloreaba los mofletes. Respondí:"- Rap-". Y una risa estruendosa llenó mi barrio, "-No te pega nada, con esas gafas de pasta que gastas- "- dijiste al instante. "- Soy una mujer llena de contradicciones-" te espeté-. "-Pues me encantaría conocerlas todas-" respondiste. Y aquella frase nos llevó al bar más cercano y al futuro que ahora compartimos.


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