La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Créditos e intereses de demora

09:00 Seleccioné con la aplicación de cobros el fichero y sonó un teléfono. Me dispuse a tener una conversación basada en argumentos capitalistas, intereses de demora y reinstrumentalización de la deuda. Quince minutos de preguntas y respuestas, con alguna frase subida de tono por parte del receptor del mensaje. No parecía estar contento con las noticias que debía darle. Colgué y utlilicé la aplicación para enviarlo al departamento de abogados, aquello iba a tener que ir por vía judicial.
09:16 De nuevo la misma operación y con el mismo fin,  debía exponerle al Señor Fernández que la financiera que le prestó, con altos intereses, el dinero para el crucero que realizó con su familia tenía el firme propósito de recuperarlo. No parecía que esta vez fue a lograr convencer al moroso de nada. Las razones se repetían a lo largo de las jornadas: paro, crisis, hipoteca, gastos, etc. Acabé la llamada, sin éxito alguno, e introduje los datos en la aplicación de judicial: 3 cuotras impagadas: 2625 euros más el 25% de intereses de demora.
09:37 Era el momento de la Señora Montoro. La charla fue algo más pausada, no íbamos a acabar siendo amigas pero, al menos, realizaría el ingreso del importe que estaba pendiente. A la pobre mujer se le debió acelerar el corazón cuando le comenté las palabras mágicas: juicio, tasas judiciales, embargo y desahucio. Se oyeron suspiros y su voz se entrecortaba, como quien tiene un gran nudo en la garganta.
Esta conversación fue ciertamente más emotiva, sin embargo me había robado más tiempo del esperable. Mi sueldo dependía de objetivos. Cuántas más llamadas, más posibilidades de respuestas positivas al pago de la deuda. Según los cálculos que realicé, cuando comencé a trabajar en esta empresa, debía efectuar unas 20 llamadas por jornada. Nunca lo había conseguido. Mi sueldo de media jornada, sin extras, era de 426 euros.
Las conversaciones, violentas, pacíficas, tensas o efectivas, tuvieron lugar ininterrumpidamente desde las nueve de la mañana hasta las once y media. A esa hora disponía de un descanso de diez minutos para ir al servicio, no se podía ir en otro momento, y para comprar algún tipo de refrigerio en la máquina que teníamos en el pasillo. Retomé el trabajo a las 11:42, lista para enfrentarme a un pobre inocente que hubiera confiado en mi empresa para darse algunos caprichos que nunca debió desear.
11:42 La aplicación eligió un nuevo fichero, al que se le había asignado un número puesto que según la ley orgánica de protección de datos no podíamos visualizar el número al que estábamos llamando.  Era el turno del señor López, también desconocíamos el nombre del sujeto.En este caso la deuda parecía que era a consecuencia de la tarjeta de crédito, aparecían numerosos registros, no muy cuantiosos, de locales con nombres bastantes sugerentes: " Chicas calientes", "Lujuría en la autopista", etc. Me imaginé los neones y se me escapó una sonrisa. Estuve a punto de preguntarle al señor López si no podía elegir sitios con nombres menos obvios. Me imaginé un hombre solitario que acudía a estos establecimientos en busca de cariño y comprensión. Tres tonos y  la voz que oí al otro lado del auricular me resultó familiar. Quince segundos de conversación e identifiqué la voz del novio de mi mejor amiga. Llevaban cinco años manteniendo una relación a distancia, aunque casi lograban verse todos los fines de semana. Colgué sin llegar a una solución amistosa  y lo mandé a judicial. Decidí que a la salida del trabajo, ya lidiaría con los asuntos personales, mientras debía centrarme en las llamadas que tenía por delante: más llamadas, más deuda recuperada, más sueldo.
Estaba a punto de realizar la siguiente operación, cuando vi que la pantalla de mi móvil se iluminaba. Agradecí haberlo puesto en silencio, como todos los días, nada más me situé en mi puesto. La pantalla encendida arrojaba un nombre: Anxo, era el simpático chico gallego que salía con mi amiga.  Desde que comenzó su historia con Laura, habíamos tenido una relación cordial. Cuando venía a Madrid solía quedar con ellos e, incluso, habíamos pasado algún verano en Pontevedra, donde él trabajaba como informático. No quise responder. ¿Sería coincidencia o él también había reconocido mi voz?. Rápidamente supe la respuesta puesto que me envió un whatsapp: "Hola. Te llamaba porque quiero dar una sorpresa a Laura este fin de semana y  organizarle una cena en su casa. Quizás tú podrías ser mi compinche y entretenerla. Te doy una pista: tengo un anillo".
Continué con mis llamadas, poco exitosas, hasta las dos de la tarde. A la salida llamé a mi mejor amiga y quedé con ella en un café de Alonso Martínez. Ahora me planteo que quizás me equivoqué y no tomé la decisión adecuada. Ella no creyó nada de lo que le contaba, incluso arremetió contra mi condición sexual. Para ella estaba claro, yo estaba enamorada de ella y no aceptaba que su relación con Anxo funcionara. Quizás convendría añadir que durante la adolescencia Laura y yo mantuvimos una relación "algo más estrecha de lo normal" y que mientras ella se había reencontrado con el sexo masculino, yo seguía teniendo claro que me atraían las mujeres.
No volvimos a hablar ni fui invitada a su boda.



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