La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Explicándome

Puede ser que haya heridas sin cerrar, dolores varios que no hayan cicatrizado.
Eso no quiere decir que no tenga cariño a la gente que me ha hecho daño, sino que la relación aún tiene que madurar y evolucionar hacia lugares mejores y más placenteros.

El dolor no es sinónimo de odio, al menos, no en mi caso. Es dolor, de ese que a veces te hace apretar los dientes y sangrar, de eso por el que te tienes que agarrar la cabeza bien fuerte para que no estalle.

No es ni más ni menos.

No es rencor, es dolor. Por eso no me cuesta desear lo mejor a la gente que me rodea. Yo hago daño, tú haces daño. Todos nos equivocamos. Y entre todos, intentamos que nuestras nuevas y buenas acciones borren las huellas de una pasado nefasto.

Mis padres me hicieron daño, claro. Y a pesar de ello el cariño, el amor y el respeto que siento hacía ellos es inmenso. Conforme he ido creciendo, he aprendido a quererlos más y mejor, porque nunca el dolor ha hecho que abandonásemos la tarea de querernos y respetarnos. aunque hubo baches, siempre supimos superarlos. No nos rendimos. A mí me interesaba solucionar los problemas y a ellos también.

El dolor hizo que desapareciera gente de mi vida. Y era el mismo dolor que había con mis padres, o incluso, un dolor más pequeño pero a esas personas y a mí, nos interesó menos luchar por construir algo mejor. No hubo futuro para esa relación y tampoco pasa nada.

Las sensaciones no son en sí mismas, sino que existen en función de la gente que las experimenta. Yo sé que quiero hacer con mi dolor en mi vida, sé la razón por la que quiero que el dolor quede relegado a la uña del dedo gordo del pie. Pero eso no es un acto de fe y depende de la valía de las personas que me rodean y de mi propia capacidad.

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