Mírame y no me toques, decía la muñeca al soldadito.
El soldadito no le hizo caso, la zarandeó hasta desencajarle las manos, las piernas y la cabeza.
¿Oh, qué he hecho se preguntó el soldadito?
Y cuando iba a empezar a llorar se le ocurrió una idea que le lleno de alegría: puedo usar su cabeza como pelota de fútbol.
El soldadito fue dichoso el resto de su vida, la muñequita que había sido su amor platónico durante años se convirtió en una mera afición.
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