Así mueren
las palabras antiguas:
como copos de nieve
que tras durar en el aire
caen al suelo
sin un lamento.
Debería decir: callando.
¿Dónde estas ahora las cien
maneras de decir mariposa?
En la costa de Biarritz recogió
Nabokov uno de aquellos
nombres: miresicoletea.
Mira, está ahora bajo la arena,
como la astilla de una concha.
Y los labios que se movieron
y dijeron justamente
miresicoletea
los de aquellos niños
que fueron padres
de nuestros padres,
aquellos labios duermen.
Dices: un día de lluvia
mientras caminaba
por una calzada de Grecia
vi que los guías de un templo
llevaban chubasqueros amarillos
con un gran dibujo de Mickey Mouse.
También los viejos dioses duermen.
Las nuevas palabras, añades
están hechas con materiales vulgares.
Y hablas de plástico, del poliuretano,
del caucho sintético, y afirmas
que acabarán muy pronto
en el contenedor de basuras.
Pareces un poco triste.
Pero mira a las niñas
que chillan y juegan
frente a la puerta de casa,
escucha atentamente lo que dicen:
El caballo se fue a Garatare.
¿Qué es garatare? les pregunto.
Una palabra nueva, responden.
Ya ves, las palabras no siempre surgen
en solitarias áreas industriales;
no son necesariamente producto
de las oficinas de propaganda.
Surgen a veces entre risas,
y parecen vilanos en el aire.
Mira cómo marchan hacia el cielo,
como está nevando hacia arriba.
Bernardo Atxaga.
Traducción del Euskera.
En esa ancestral lengua existían más de cien palabras para los insectos con alas de mantequilla, para las mariposas. Ya quedan menos.
El poema aperece en el libro, el hijo del acordeonista, que devoré hace ya dos años.
Este poema expresa algo más que un proceso del lenguaje.
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