Llegaba de una fiesta brutal, bueno lo brutal que podía ser
cualquier fiesta organizada por un grupo de mujeres maduras que celebraban su
sexta década de vida. María, compañera del grupo de costura, había propuesto
alquilar un local de la parroquia y echar unos bailes como cuando empezamos a
compartir momentos 38 años antes realizando acciones de calle contra la
explotación laboral en la fabricación textil.
Me desnudé y me sonreí al comprobar que seguía sin haber ni
una sola faja en ninguno de los cajones de mi cómoda. Tampoco había
calzoncillos en la mesilla de la izquierda, esa mesilla llevaba vacía 20 años.
Me atavié con el pijama y me fui
a lavar los dientes. De repente, al pasar el cepillo por los colmillos, noté
que una parte de la encía sangraba especialmente. Toqué el diente y percibí
cierta inestabilidad. Lamenté todo el dinero invertido, siempre había temido
perder alguna pieza. Me enjuagué con agua fría y me fui a dormir.
El despertador sonó a las 8 de la
mañana, tenía cita con el club de lectura. Con la punta de mi lengua percibí el
hueco que el colmillo había dejado en mi dentición.
El ratoncito Pérez no había
dejado moneda debajo de mi almohada pero mi primer implante dejaría un buen
hueco en mi cuenta bancaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario