La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Valiente



Un día, motivado por razones inanes y sentimientos absurdos, te desprendes de tus sueños. Te dejas vencer por manuales de instrucciones ajenos.
Te acomodas en nuevas rutinas y te obligas a no pararte, así no hay preguntas molestas ni un rostro en el espejo que frunza el ceño.
Realizas tus funciones vitales, entrenas expresiones faciales de felicidad y, sobre todo, tu cuenta bancaria goza de una salud envidiable.
Pasan los años, tu vida tiene las medidas ideales para la pasarela del mundo actual, incluso te piden consejos y tú, complacido, los das.
Una madrugada, te desvelas. Un sueño extraño te obliga a abrir los ojos y te rompes por dentro. 
A la mañana siguiente, lo abandonas todo, te debes la vida.

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