La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

I

Yo debería irme,
dejar mis cenizas esparcidas sobre la almohada y
partir,
partir con los dientes apretados y el dolor en el pecho.
Luego respirar y ver como el camino desaparece para no volver
y equivocarme con nuevas maneras
que me traigan nuevas penitencias.
Porque pecar, más que humano, es divino. 

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