La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Una línea transparente


Ha pasado casi medio siglo desde la última vez que nos vimos. No recuerdo bien el motivo por el que nuestra amistad se perdió; imagino que la vida en sí tienes esas cosas: llamadas que se posponen, cafés que no se concretan y, de repente, la memoria hace su trabajo.

Esta mañana ha sido una sorpresa poder compartir, de nuevo, un desayuno contigo. No imaginas la ilúsion que he sentido al poder tener noticias de toda esa vida tuya, plena y feliz, que me he perdido.

Ha sido un momento fascinante.Yo sentada en el autobús, en ese lugar espléndido que los jóvenes me ceden, ese asiento que dejan para las ancianas como yo que preferimos no andar mucho a lo largo del pasillo para no tropezar y caer encima de alguien. Tú has subido las escaleras; no puedo decir que con paso ágil, parece que la edad también ha dejado huella en ti. Tu cara ha cambiado: arrugas más pronunciadas y los ojos más hundidos. El pelo encanecido, si bien lucías un corte espléndido.

Al percibir tu silueta he tenido algunas dudas de que fueras tú, tantos años y tantos despistes últimamente, ya le hacen a una sentir insegura con casi todo. Por eso, he preferido esperar a que tomaras asiento y poder detenerme unos segundos a observarte. Ha sido justo en el momento en el que has tomado el libro entre tus manos cuando he sabido que eras tú, esas manos me son inconfundibles.

Arriesgando mi vida, justo llegando a la Plaza de la Independencia, me he acercado a ti. Siempre fuiste muy inteligente así que tan solo unos instantes te han bastando para reconocerme, después de que haya pronunciado la frase "caballero le invito a un café".

Hemos descendido del autobús para encaminarnos por la calle Alcalá hasta una cafetaría donde hacen unos alfajores deliciosos. Hemos entrado en el local, algo sorprendido porque no eligiera la terraza. Antes de que pudieras lanzarme la preguta, te he respondido: no fumo desde hace 47 años, justo antes de quedarme embazarada de mi primer hijo.

La charla ha sido larga, había muchas cosas que contar: hijos, mudanzas, viajes, nietos, etc. Nos hemos reído, nos hemos emocionado con los logros del otro y ha llegado el momento de la despedida. Me has pedido mis señas y mi teléfono para repetir la experiencia, yo sé que no llamarás.

Sin embargo, confío en que leas esto y sepas que cuando quieras, caballero, te invito a otro café.

 

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