La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Esto no es un relato de amor

Me levanté, al principio no percibí nada diferente, fui a la cocina, me eché el café y añadí azúcar y leche. Todo parecía normal. La mesa de la cocina con el trapo que siempre dejabas cuando acababas el desayuno y las migas esparcidas por la encimera.
Caminé hasta el salón y, al aproximarme al mueble de la televisión para encenderla, aprecié la primera diferencia: faltaba una foto. Algo alarmada, me dirigí a nuestra habitación, abrí los cajones y los descubrí vacios. Ni rastro de tu presencia.
Repasé cada uno de los huecos en los que debía encontrar cosas tuyas; nada, no quedaba nada.
Hice todas las comprobaciones, no quedaba duda alguna: te habías marchado.
Entonces, volví al salón, me tumbé y me dispuse a degustar mi café.

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