La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

La felicidad no siempre coincide con la justicia

- Ya verás como la vida me irá mejor cuando estés lejos de ti-. Dijo él, pareciendo muy seguro de sus creencias. El disfraz de la seguridad era uno de los que gastaba habitualmente.

- No lo dudo, uno vive mucho mejor sin conciencia-. Respondió ella.

- Adiós-. Se despidió él.

- Agur y que tengas suertecita-. Se apresuró a decir ella, a la vez que echaba a andar.

- ¿Te vas a ir así? ¿Sin darme un abrazo al menos?.- Alcanzó a decir él mientras la imagen de ella se perdía en la distancia, tanto que aquella linda muchacha no llegó a escuchar la valiente petición del elegante caballero.

A punto de entrar en el metro, ella se dispuso a escribir un mensaje: "No puedo creerme que nos hayamos despedido sin darnos un abrazo". Introdujo el número de teléfono al que quería enviarlo y ... canceló el envio.

Ella, conforme llegó a casa, se deshizo de sus cuenta de correo electrónico. Prefería evitar cualquier posibilidad de recibir anónimos, aunque fueran superficialmente bondadosos. Ahora sabía que bajo esa primera capa de amabilidad edulcorada, siempre había un enjambre de malas intenciones.

Pasados diez años se encontró un anónimo que firmaba con el nombre de un famoso personaje televisivo en su blog.

Acostumbrarse es comenzar a morir.
Necesito una conciencia.

Aquella historia le sonaba de algo, pero nunca logró recordar qué era eáctamente.

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