En ocasiones, uno decide guardarse su dolor para que el otro no se sienta una máquina de errar.
A veces uno decide no hablar de las cosas que le duelen porque sabe que son injustas y que el otro no merece escucharlas, ni sentirse mal por un momento por lo que ha hecho o dicho.
Casi siempre, uno toma la determinación de callarse su malestar porque sabe que aunque lo comente, nada va a cambiar y que casi todo el mundo es como ha querido ser.
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