La punta de mi lengua

Lo dejé marchar y no me arrastró.

Reflexiones de una tetera

Yo era feliz, tenía lo que quería, vivía como me placía. Me sentía completa con lo que me rodeaba. Eran tiempos felices para mí. Me amaban, como nunca después me amaron, me cuidaban, velaban por mis intereses, mis aficiones y sobre todo mis pasiones.
Y entonces él quiso complicarme la vida y yo, ilusa, no me di cuenta de sus malas intenciones, sólo me vi sumergida en una inagotable cadena de decepciones.
Pasa el tiempo y cuesta mucho, pero se me van abriendo los ojos, las heridas se me van cerrando; no para perdonar sino para que no me sangren más y me voy desprendiendo de esa cadena que me ata a mi carcelero.
Me doy cuenta de que esas virtudes que creí eran suyas, eran mías en realidad. Yo poseo ese don de mirar con ojos claros y llenos de alegría, así convierto en pequeños tesoros lo que me rodea.
Por eso ahora ya no hay miedo, ya no hay nada que perder. Puedo vivir perfectamente sin esas aportaciones insignificantes que eran las suyas, incluso no viene mal el espacio para otros cuerpos más enteros y mejores.
La vida es decepcionante y, a veces, cuando le ves la verdadera cara a alguien te parece horrorosa. No he tenido muchas decepciones en mi vida, pero sí ha habido dos muy grandes.
Con la primera decepción salí ganando, cuando supe ver la realidad de lo ocurrido, posiblemente ahora esté inmersa en el mismo proceso.
Ahora no me importa no recuperar a nadie o perder a alguien. Me interesa cuidar de mis sueños y mis inquietudes, necesito mis pasiones colocadas de nuevos en sus órganos correspondientes, me viene bien mi energía. Y la verdad es que si en este camino que me queda por recorrer he de desprenderme de quienes están sólo de soslayo, no voy a llorar.
Vinieron a hacerme la vida más difícil y quiero volver a hacérmela sencilla (que no simple).

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