- Cierra los ojos.- Me dijiste, mientras me perforabas el alma con tu mirada tranquila.
Espere nerviosa entre las sábanas. Al poco, apareciste con el desayuno en la cama. Sólo había desayuno para mí y me atreví a decir:
- ¿Y lo tuyo? ¿No tienes hambre?
Soltaste una carcajada que resonó por todo el patio interior. Comentaste que a mí no podías hacerme cachitos y colocarme en la bandeja.
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