Puedo mirar al horizonte sentada en una montaña y sentir que no soy nada.
Significo poco en el mundo, no me importa.
Recorro caminos, sendas en soledad y me reconforta la sensación del viento arañándome la cara.
Golpes, pinchos, no duelen. Estoy viva, siento.
Me gusta el campo,
me gusta escaparme y no volver.
Pero la rutina me reclama,
las angustias,
los miedos y los fracasos.
Esos que son míos y tuyos,
nuestros de todos.
Porque no hay nada más humano que el error,
porque a veces hay que perderse para volver a encontrarse.
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