La apuesta era arriesgada, es uno de mis libros favoritos. Juan Pablo Castel no es un señor que ha perdido el norte por una mujer, su locura viene de dentro, de la soledad, de la búsqueda de lo absoluto.
María Iribarne me dejó mal sabor de boca. Yo me la había imaginado más entera, más sensual y elegante. Ayer, fue solamente una mujer cualquiera, una mujer en la que ningún hombre hubiera visto la salvación.
La obra no me gustó. Está llena de guiños graciosos al espectador, que para aquellos que nos hemos leído el libro casi nos parecieron una falta de respeto. Cuando lees el libro, si lo entiendes, la angustia te come por dentro, te arrastra hasta el final, casi puedes sentir los problemas de Castel.
Ayer sólo nos dejaron ver a Juan Pablo desde fuera, observarlo casi de una manera ridícula y anacrónica.
Daniel Veronese es el secretario personal de Sábato, él se ha encargado de adaptar el libro al teatro, así que no entiendo cómo pudo dejar tan lejos, los sentimientos vitales del pintor. Quizás es la dirección teatral la que no supo plasmar esa angustia existencial.
Me faltaron matices y me sobraron elementos ornamentales. Me sobró el vestuario colorista.
Al menos fui a verla, al menos lo logré.
Y yo, mientras lo veía, recorrí de nuevos aquellas sensaciones que tuve cuando leí el libro y saboreé de cerca todas mis reflexiones.
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